Capa: Máquina Enigma, Wikimedia Commons, autor: Punishar.
Clases de cálculo mecánico para principiantes con Alan Turing
David Cruz (San José, Costa Rica, 1982). Madri+d Poesía.
La máquina no quiere pensar.
La máquina se deprime cuando ve los noticieros.
Se siente tonta cuando Kasparov la desafía.
Es fea cuando mira las revistas.
Quiere meterse en clases de esgrima,
pero no aceptan su petición porque no es ágil.
La máquina no quiere morir.
Jamás entenderá lo que es una lágrima.
No tiene militancia política.
No distingue entre carnívoros y vegetarianos
– las lechugas son rebanadas
igual que los filetes de res -.
No sabe que puede acabar con todo si se acuesta
sobre los rieles del tren.
No tiene miedo al Dios que la creó,
porque no se va a extinguir como él.
La máquina no sabe su número de serie.
Nunca le dieron su manual de uso para comprenderse.
No puede embriagarse cuando las cosas van mal.
Cuando observa una mujer hermosa no la desea.
No le gusta ir al zoológico,
ni los juegos de azar,
ni armar dinosaurios,
ni masturbarse, ni va a lecciones de quiromancia en los suburbios.
La máquina no morirá de malaria.
Sus genes no vienen enfermos.
No busca una ínsula como recompensa
por sus servicios.
No desea retirarse a cultivar vino en la Ribera del Duero.
No hará yoga en la Costa del Sol
para olvidar su pasado en un laboratorio
de Detroit o Tokio.
No cantará su cumpleaños, ni alabará a Fellini.
No recitará la canción cursi
con la que sus padres se conocieron.
La máquina no imagina una vida que no ha vivido.
Solo escarba sobre un cráter de Marte.
No sabe si se busca a si misma o nos busca a nosotros
que miramos los infografías de su misión
en el televisor de un bar,
mientras acabamos el último trago de cerveza
de este martes cualquiera.